Escribir en el imperfecto humano, entre reglas del lenguaje que se desdoblan palabra a palabra, a veces en una caja de sorpresas, otras en sinsentidos. Sentir los dedos que fluyen en el tecleo de un botón luego otro, al tiempo en que confiamos en ideas aleatorias, estructuradas, dificiles, rebuscadas o breves.
Escribir sin pensar en poesía, sino en el flujo de emociones que vibran en un momento específico del hilado fino, de una narrativa incandescente para los ojos instruidos, en el arte de la semántica, semiótica, hermenúetica, sintactica, filosófica, y demás disciplinas de significados, formas y estructuiras de las palabras. ¿Como peleas con la voz de lo perfecto? Cuando saber escribir se puede resolver en un algoritmo que adorna todo, acomoda tu voz interna en un párrafo digno de aprobarse por Bréal o Saussure, como un disfraz hecho por un sastre parisino, cuando es un baile de mascaras de barrio.
¿Ves como nada vale tu desvelo frente a la hoja en blanco? Escribe, que se trata de sentirse vivo, no perfecto.