Amanecí triste el día de tu muerte...
Sofia, te fuiste discreta, dormida, en silencio. La vida te dio un último regalo.
El dolor de los días, tu pierna entumecida y el frío fueron pretexto para ver pasar los días.
Cuidaste a tu hija, con el amor infinito de madre, con la tristeza de no poder atenderla, cocinarle, la acompañaste para arropar su soledad. Atenta a los detalles, intentabas buscar en la nostalgia momentos y charla de sobremesa, desde la memoria que vagaba entre un recuerdo y otro sin saber ya más a quien te referías al hablar.
Desde aquí solo puedo escribir para recordarte, Sofía. Desde este lugar te digo y agradezaco que fueras tu quien un día me dio la bienvenida al mundo. Fuiste mis canciones, mis arrullos, remanso definitivo de mi infancia y la alegría de verte llegar con quesos, bendiciones e historias.
Viste ángeles que bailaban anunciando tu devoción. Pero una guerrera te saco de la tumba, te llevo a otro refugio, porque teníamos ganas de que te quedaras siempre, de que no te fueras nunca, Sofía.
Ya era tiempo. Porque pasaste la vida errante, sin un lecho con tu nombre para morirte. Fuiste inspiración para los que no tienen un lugar en el mundo, para los que caminan, de idas y vueltas, siempre llegando a donde más nos quieren. Hoy llegaste a un lugar largamente anhelado, al lado de la divinidad que guió tus pasos en los días de andariega. Iluminabas con rezos tu camino. Así llevaste de la mano a Leandro, a María y los que llegamos después de ti.
Voy a cocinar en tu nombre siempre, Sofía. Todos los sabores que conozco, el mole, los caldos, son pedazos de tiempo que se quedan para no extrañarte tanto.
Ya había un cansancio y un dolor que no se iban a ir. Como un Judas amoroso, te di el último beso para entregarte al destino triste que te esperaba. Con las manos temblorosas bendijiste mi frente y te di un beso de despedida. Me llevo conmigo a Dios en tu nombre, Sofía.
Los arboles y flores ellos también te lloran, pero van a florecer porque les dedicaste tus mañanas, agua, sol, paciencia, un jardín no muy grande, de colores y buenos frutos. Eso dejaste, Sofia.
Lo se. Era tiempo. Estoy contento por ti.
Dejaste el toronjo lleno de vida. Gracias, Sofía.
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